Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial Islandia todavía formaba parte de Dinamarca, que se declaró neutral al estallar la contienda arrastrando con ella a la isla. Esa vinculación se remontaba a la era vikinga, cuya presencia probablemente empezó en el siglo VII, aunque documentalmente no hay constancia hasta el año 874 con el asentamiento del caudillo Ingólfur Arnarson en lo que hoy es la capital, Reikiavik. El Gamli sáttmáli («Pacto antiguo») puso fin a una guerra civil que plasmaba el fracaso de la Mancomunidad Islandesa (una critarquía), dejando la isla bajo el dominio de Haakón IV de Noruega en 1262.

La Unión de Kalmar, firmada en 1387, supuso la fusión de las tres monarquías nórdicas, Noruega, Suecia y Dinamarca, pero no duró demasiado por el recelo que había hacia la preponderancia de la tercera, de modo que los suecos se separaron en 1523. Trece años más tarde se creó formalmente el Reino de Dinamarca-Noruega, que incluía sus dominios ultramarinos (Islandia, Islas Feroe y Groenlandia).

Las guerras napoléonicas alteraron el panorama, pues los daneses estaban entre los derrotados y en 1814, por el Tratado de Kiel, debían ceder Noruega a Suecia, a cambio de los territorios que ésta poseía en Pomerania. Nunca se llevó a cabo porque intervino Prusia para quedarse con ellos a cambio de la entrega a Dinamarca del Ducado de Lauenburgo.

Ubicación de Islandia | foto twixx en depositphotos.com

Pero Noruega declaró su independencia y, tras una breve guerra, firmó aquel mismo año la Convención de Moss, por la que aceptaba llevar a cabo con Suecia una unión personal (un estatus jurídico por el que dos países soberanos se mantienen independientes políticamente, pero compartiendo un mismo jefe de estado). De dicha unión quedaban excluidos los reseñados territorios de ultramar, que quedaron en manos danesas.

Dinamarca concedió a Islandia una autonomía y una constitución en 1874. Sin embargo, como en casi toda Europa, durante el siglo XIX había ido formándose un sentimiento romántico nacionalista que cristalizó en un movimiento independentista y llevó a que en 1918, al acabar la Primera Guerra Mundial, se adoptase también una unión personal con el rey danés como vínculo.

El rey Cristián X de Dinamarca retratado por Knud Erik Larsen/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por eso cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y Dinamarca se declaró neutral, el Alþingi (parlamento) islandés hizo otro tanto. Como había pasado con los prusianos en 1814, la Alemania nazi alteró el panorama en abril de 1940, al ocupar el territorio danés -y el noruego- con la fulminante Unternehmen Weserübung («Operación Weserübung»). Dado que el rey Cristián X (o Kristján X, como le llamaban en la isla) se había quedado en el país, pactando con los germanos admitir su impuesta presencia a cambio de mantener las competencias en política interior, Islandia nombró regente al ex-embajador en Copenhague, Sveinn Björnsson, asumiendo una independencia de facto.

La invasión de Noruega y Dinamarca era de extrema gravedad para los Aliados y podía empeorar si los alemanes se apoderaban también de Islandia, donde podrían ubicar una base para sus submarinos e incrementar la amenaza para el tráfico naval en el Atlántico norte. De hecho ya había agentes nazis operando en suelo islandés, aunque, en realidad, y pese a que a Hitler le hubiera gustado plantar la bandera de la esvástica en la isla, era algo que no entraba dentro de los planes estratégicos teutones debido a las dificultades logísticas que presentaba. Pero los Aliados no podían estar seguros y por eso, desde el inicio de la contienda, los británicos ofrecieron a Islandia ayudarla a mantenerse libre, aunque para ello era necesario que admitiera tropas en su suelo.

La oferta fue rechazada por un doble motivo. Por un lado, desde 1928 se había asentado con fuerza la idea de separarse definitivamente de Dinamarca y aquel parecía el momento perfecto, ya que el acuerdo de unión expiraba en diciembre de 1943. Por otro, desde que empezaron las hostilidades la Royal Navy tenía sometidos a bloqueo naval los puertos alemanes y eso incluía el veto a las exportaciones islandesas hacia ellos, a pesar de la declarada neutralidad de la isla. Así que al día siguiente de que Copenhague capitulase, Churchill hizo un último intento de que Islandia se uniese a los Aliados; la respuesta negativa otra vez llevó al premier a presentar un plan de invasión y fue aprobado.

Un soldado británico posa junto a dos niños en las Islas Feroe/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Bautizado con el nombre de Operation Fork («Operación Tenedor»), apenas tenía unas líneas de actuación básicas, improvisándose el resto sobre la marcha gracias a que ni Islandia tenía ejército ni se esperaba resistencia por parte de la población. Había un precedente inmediato, pues el mes anterior ya se había hecho lo mismo con la Operation Valentine, para ocupar las Islas Feroe (que eran un amt o condado danés). En ese archipiélago, bastaron doscientos cincuenta efectivos de los Royal Marines, posteriormente reemplazados por escoceses (los Loval Scouts primero y los Cameronians después), y nunca fueron necesarios más de ocho mil hombres por el limitado tamaño territorial y el hecho de que la población colaboró en todo momento.

Para el objetivo islandés, se movilizó inmediatamente al Segundo Batallón de los Royal Marines, formado por setecientos cuarenta y seis reclutas tan escasos de adiestramiento como de armamento, con sólo armas cortas que algunos ni siquiera habían tenido ocasión de estrenar. Se reforzó con ametralladoras ligeras, antitanques y morteros, además de piezas de montaña y otros cañones, sin que los artilleros hubieran disparado nunca con ellos; para familiarizarse con su uso apenas disponían del tiempo que tardasen en llegar a Islandia. Esa escasez de medios se hacía extensiva a otras cosas, pues no recibieron reflectores, sistemas de comunicación, mapas ni intérpretes.

Lo cierto es que tampoco allí se esperaba resistencia o en todo caso poca; la que pudieran presentar los vecinos de origen alemán o la policía de Reikiavik -cuya plantilla no superaba los sesenta agentes-. Ni siquiera Dinamarca podría enviar fuerzas, ya que los únicos buques de guerra disponibles los tenía en Groenlandia, por lo que, en todo caso, habría alguna pequeña guarnición aislada; no fue el caso. Así que la fuerza de invasión se dispuso a comenzar su misión a las órdenes del coronel Robert Sturges, un veterano de Gallípoli y Jutlandia, acompañada de un destacamento de inteligencia dirigido por el general Humphrey Quill y una misión diplomática que encabezaba Charles Howard Smith, ex-embajador británico en Copenhague.

Entrenamientos de soldados británicos en Islandia | foto Royal Navy official photographer, Ware, C J (Lt) en Wikimedia Commons

Tras los contratiempos y retrasos propios de una operación improvisada como era aquella, zarparon el 8 de mayo del puerto escocés de Greenock a bordo de los cruceros Berwick y Glasgow, escoltados éstos por los destructores Fearless y Fortune ante la posibilidad de toparse con submarinos enemigos. Llegaron a Reikiavik el día 10, enviando un hidroavión de reconocimiento que no alertó a los islandeses porque esperaban la llegada del nuevo embajador británico; sí lo hizo al cónsul alemán, Werner Gerlach, que rápidamente se puso a quemar documentos de su oficina (no pudo destruirlos todos y los Aliados recuperarían un buen número) y trató de advertir telefónicamente al ministro de Exteriores islandés, sin éxito.

Poco después, la policía avistaba la flotilla que, al estar compuesta por más de tres barcos, estaba a punto de violar la neutralidad local (algo que ya había hecho el hidroavión). Pero poco pudieron hacer los policías y funcionarios de aduanas que se congregaron en el puerto cuando cuatrocientos Royal Marines desembarcaron del Fearless; el cónsul británico incluso pidió a los agentes que hicieran retroceder a la multitud congregada para que no estorbase y fue insólitamente obedecido. De hecho, el gobierno ordenó evitar altercados con los soldados y el único reseñable, más por su toque estrambótico que por su gravedad, fue el de un vecino que arrebató su rifle a un soldado y le metió una colilla dentro antes de devolvérselo (lo que le costó una bronca del sargento… al marine).

El crucero HMS Berwick, buque insignia de la Operación Fork/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El plan sobre el terreno consistía en controlar la capital, prepararla ante un posible contraataque alemán por mar (ese mismo día Alemania lanzó su ofensiva contra Holanda y Bélgica) y enviar un contingente de tropas a la vecina ciudad de Hvalfjörður (que está a medio centenar de kilómetros), para a continuación hacer otro tanto con las localidades que contaban con aeródromos (Sandskeið y Kaldaðarnes), de manera que no sirvieran para acoger el aterrizaje por sorpresa de paracaidistas alemanes, y con los puertos de Akranes y Akureyri. Entre los objetivos inmediatos estaban las sedes de comunicaciones, la emisora de radio y la oficina meteorológica, para evitar que desde ellas se difundiese la noticia y fuera captada en Berlín.

Mientras, se colocó un cartel en la puerta de la oficina postal explicando en mal escrita lengua local las razones de la ocupación y pidiendo colaboración para localizar y arrestar a los germanos insulares. Pero éstos no ofrecieron resistencia; ni en el consulado, donde los marines entraron simplemente llamando a la puerta y el titular se limitó a hacer una protesta verbal, ni a bordo del Bahía Blanca [sic], un carguero que había chocado con un iceberg y, rescatado por un arrastrero islandés, estaba anclado en el puerto con sesenta y dos marinos teutones (se les hizo prisioneros porque se sospechaba que eran reemplazos para las tripulaciones de submarinos y podían intentar dar un golpe de estado).

También protestó el gobierno de Islandia, obviamente, pero no podía hacer nada más, así que accedió a regañadientes a una cooperación forzada con la promesa de permitirle conservar su política interior, retirar las tropas al acabar la guerra y recibir una compensación post-bélica, tanto en metálico como mediante acuerdos comerciales en condiciones favorables. Todo ello, junto al ambiente tranquilo que se respiraba pese a todo, permitió que la inexperiencia de los Royal Marines no supusiera ningún problema. A partir del día 17 fueron relevados por la 146ª Brigada de Infantería, formando una fuerza permanente bautizada con el nombre de Alabaster Force (luego cambiaría a Iceland Force y HQ, British Troops). A petición de su jefe, el brigadier George Lammie, se enviaron soldados de otros cuerpos de infantería, artillería y la reserva, con suministros, alcanzándose la cifra de veinticinco mil soldados acantonados en Islandia.

Barcos británicos y estadounidenses en Islandia en 1942 | foto National Museum of the U.S. Navy en Wikimedia Commons

La isla tenía unos ciento veinte mil habitantes, en su mayor parte dedicados a la pesca o la ganadería ovina, sin apenas industria. Fue necesario construir aeródromos, adecuar puertos, instalar sistemas de comunicaciones por radio y desarrollar una red viaria que permitiera recorrer el país para levantar instalaciones diversas (hospitales, alojamientos, almacenes, panaderías, arsenales, depósitos de agua, puntos de recreo para la tropa, baterías costeras, redes portuarias antisubmarinas, etc). En los muelles practicados en Akureysi fondearían en mayo de 1941 el crucero Devonshire y el acorazado King George V, poco antes de enfrentarse al Bismarck y el Prinz Eugen, al igual que de allí zarparía el buque hospital Leinster para atender a los heridos del Hood registrados en esa misma batalla. Dos centenares de soldados de la Commonwealth muertos fueron enterrados allí, en cementerios abiertos ad hoc.

Y es que en junio de 1940 empezaron a llegar nuevos reemplazos. Eran cuatro mil soldados de la 2ª y 3ª divisiones canadienses, que formaban la llamada Z Force e iban a protagonizar el único enfrentamiento con el enemigo: un avión alemán solitario que sobrevoló la isla. No se eligió la nacionalidad canadiense al azar, el motivo era, en parte, su cercanía geográfica, pero también porque Canadá -y más en concreto la provincia de Manitoba- había sido un lugar de emigración para muchos islandeses durante el siglo XIX. En cualquier caso, los británicos necesitaban de todos sus hombres en otros sitios y, puesto que aquél parecía asegurado, negociaron con las autoridades islandesas su sustitución -salvo dos estaciones de transmisiones de la RAF- por fuerzas estadounidenses.

Tropas estadounidenses desembarcando en Islandia en enero de 1942/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

EEUU todavía era un país neutral, pero coincidiendo con el ataque de Hitler a la Unión Soviética envió a Islandia casi cuatro mil marines desde Terranova. Sin embargo, el Alþingi votó en contra y al final se repitió la jugada anterior: ante la tesitura de ver frustrada la operación, Roosevelt ordenó al general John Marston el desembarco de sus militares en lo que era una nueva invasión. Los norteamericanos abandonaron su neutralidad en diciembre de 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, y desde entonces fueron incrementando sustancialmente el numero de efectivos hasta cerca de treinta mil en su momento máximo, incluyendo varios escuadrones aéreos. Ese contingente no tuvo que defender nunca la isla en combate y a partir de 1944 se empezó a reducir hasta quedar en siete mil.

Como decíamos antes, la gran ironía estaba en que ocupar Islandia no entraba en los planes alemanes -incluso Lufthansa renunció a establecer una ruta aérea- y sólo a raíz de la Operación Fork desarrolló la suya, Unternehmen Ikarus («Operación Ícaro»), que incluía el uso de dos transtlánticos (el Europa y el Bremen) para transportar tropas, como luego en la Unternehmen Seelöwe («Operación León Marino», la invasión de Gran Bretaña). El obligado retraso de esta última dejó claro a los germanos las enormes dificultades logísticas que supondría defender y abastecer a una Islandia en su poder, desechando definitivamente la idea.

En mayo de 1944, estando todavía Dinamarca bajo la ocupación alemana, los islandeses votaron durante cuatro días en un plebiscito para cortar todos los lazos con la antigua metrópoli y constituir una república. Ganó el sí con un abrumador noventa y siete por ciento, pasando la jefatura del estado al presidente Sveinn Björnsson, lo que el rey Cristián interpretó como una traición al tener en cuenta el contexto en que se hizo. No obstante, su colega sueco Gustavo V le convenció para aceptar el resultado y así lo hizo, ganándose el aprecio de los islandeses, aunque él continuó usando el título de Rey de Islandia hasta su fallecimiento en 1947.

Sveinn Björnsson, primer presidente de la República de Islandia en 1944/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El año anterior, ya terminada la contienda, se firmó el Acuerdo de Keflavik entre EEUU y la recién creada República de Islandia para que el ejército norteamericano abandonase el país en un plazo de seis meses, dejando a la población todas las valiosas infraestructuras levantadas por los Aliados. En la práctica, aquella marcha sólo se hizo de forma parcial porque en 1949, con el inicio de la Guerra Fría, el país se adhirió a la OTAN y en 1951 firmó un tratado con EEUU para permitir la instalación de una base; volvía a haber soldados extranjeros y esta vez permanecieron hasta 2006, si bien ya en otras condiciones.

Los islandeses pasaron seis años, entre 1940 y 1946, ocupados por mera precaución; ahora bien, ¿para bien o para mal? Como suele ocurrir, no hubo unanimidad al respecto. Unos consideraron que aquel episodio supuso una humillación, una pérdida de soberanía y una falta de respeto a la condición de neutralidad. Todo lo cual se agravó con algunos efectos secundarios típicos, como la agitación social; si bien la población no se polarizó, y por tanto tampoco se produjeron incidentes, no faltó quien vivió con cierto escándalo el desorden que supuso la inevitable convivencia con los soldados.

Y es que dada la cantidad de soldados destinados allí, que porcentualmente llegaron a igualar al número de habitantes masculinos, su relación con las mujeres islandesas fue mal vista en un país de rígida moral luterana. Fruto de ello fue el nacimiento de doscientos cincuenta y cinco niños, a los que se conoció como ástandsbörn, es decir, hijos de la Ástandið (literalmente «situación», como se denominó eufemísticamente esa interacción entre las tropas y las mujeres autóctonas); asimismo, se celebraron trescientos veintidós matrimonios, que supusieron la marcha de los contrayentes fuera del país con sus familias.

Frente a esta postura estuvo la de los que consideraron positiva la invasión a la larga y que originaron la expresión blessað stríðið, o sea, «guerra bendita», debido a que había favorecido un enorme salto adelante económico. Si, con la ocupación, las Feroe se beneficiaron de la venta de pescado a Gran Bretaña a altos precios, aprovechando la demanda que había en ésta por la escasez propia del tiempo bélico, en Islandia las infraestructuras construidas por los invasores, el dinero del Plan Marshall y los acuerdos comerciales prometidos permitieron industrializar el sector pesquero (en los años setenta incluso se atrevió a rivalizar con la Royal Navy por los derechos de pesca, en la llamada Guerra del Bacalao), diversificar la economía, reducir las desigualdades y generar un nivel de bienestar similar al que alcanzaron los países escandinavos.


Fuentes

Guðni Th. Jóhannesson, The history of Iceland | Bill Stone, Iceland in the Second World War | Bertrand M. Roehner, Relations between Allied forces and the population of Iceland | Kenneth J. Clifford, The United States Marines in Iceland, 1941-1942 | James A. Donovan, Outpost in the North Atlantic: Marines in the defense of Iceland | The occupation of Iceland during World War II (en Icelandic Roots) | Wikipedia


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