Un mundo sin hierro

La nuestra es una civilización del hierro. Puentes, barcos, rascacielos… Prácticamente el 80% de todo lo que nos rodea posee, en mayor o menor medida, hierro. Es un material lo suficientemente maleable y resistente para que sea difícil encontrar un sustituto entre los metales de transición en la Tabla Periódica. ¿El titanio, quizá? ¿El aluminio o el níquel?

Hoy en día hemos podido encontrar distintos sustitutos en el mundo de las moléculas orgánicas gigantes –polímeros–, las fibras –de vidrio, de carbono o de aramida–, las cerámicas… ¿pero qué hubiera sido de la Revolución Industrial? ¿Dónde hubiera quedado la máquina de vapor o la locomotora Rocket? Su importancia queda puesta de manifiesto en la figura de John Wilkinson –cuyo diseño de una barrena cilíndrica de una precisión sin precedentes permitió a James Watt construir su máquina–, un hombre obsesionado con este metal: construyó una iglesia enteramente de hierro, pagaba a sus obreros con monedas de hierro y se hizo enterrar en un ataúd de hierro.

Un mundo sin hierro hubiera impuesto a la raza humana una dirección tecnológica completamente distinta aunque hubiéramos encontrado un metal sustitutivo. Porque la bondad de hierro no sólo reside en sus propiedades metalúrgicas, sino también en su abundancia: junto con el magnesio y el silicio es el tercer elemento más abundante del planeta. Evidentemente, no todo se encuentra a nuestro alcance. El hierro que ha usado la civilización durante toda su historia, y que todavía usamos, proviene de una época lejana, de hace 2.500 millones de años.

Fue entonces cuando el producto de deshecho estrella de los primeros organismos fotosintéticos, el oxígeno, reaccionó con las grandes cantidades de hierro existentes formando enormes acúmulos de óxido de hierro en el fondo marino llamados formaciones de hierro bandeado. Es de estos lugares donde obtenemos el que necesitamos para edificar y mantener nuestra civilización. Para hacernos una idea: todavía existen 600 billones de toneladas de esos óxidos de hierro depositados en estas formaciones. De ningún otro material estratégico poseemos tantas reservas.

El hierro, además, es el componente esencial de la hemoglobina, que fija el oxígeno en los glóbulos rojos y da a la sangre su color característico –igual que sucede en la superficie marciana–. Es posible que pudiéramos haberlo sustituido por cobre, como el Dr. Spock en la serie de televisión Star Trek, y nuestra sangre sería verde… Pero quizá en un mundo sin hierro ni siquiera existiríamos.

La vida marina depende del fitoplancton, nuestra principal fuente de oxígeno y que necesita hierro para vivir. Si sembráramos el océano de hierro resultaría una explosión de fitoplancton, algo que pudo pasar tras el primer evento de Snowball Earth, cuando la Tierra entera se congeló hace 2.300 millones de años. Al fundirse los hielos, el fino polvillo de hierro y magnesio que recubría su superficie actuó como fertilizante. Un hecho que cambió la faz de la Tierra.

(Original del publicado en Tercer Milenio de Heraldo de Aragón)

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Wow… muy buen artículo, que me ha dejado pensando. Es increíble cómo disminuye la importancia que le damos a los recursos mientras éstos abundan en demasía.

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